Todo comenzó con los tradicionales huevos Pisanka.

//Todo comenzó con los tradicionales huevos Pisanka.

El origen histórico del que este arte proviene de los tradicionales huevos Pisanka y de los extraordinarios huevos Fabergé.

La tradición de crear huevo Pisanka comenzó hace muchos años atrás, aproximadamente en al era neolítica, cuando el hombre antiguo todavía vivía en cuevas, cazaba y buscaba su propia comida, es así como la decoración de huevos surgió como un pasatiempo, convirtiéndose en objetos de la vida creativa. Preservar la imagen del animal en el huevo aseguraba la inminente captura de la caza de la criatura. Dibujar las plantas y otros objetos acercaban o atraían a estos hacia el hombre. Era una forma de capturar el espíritu o esencia de los objetos dibujados. Los antiguos diseños mayormente blancos, marrones y negros eran llamados TRYPILLAN, estos huevos eran totalmente distintos alrededor del mundo, ya que eran pintados con elementos naturales de la tierra, y reflejaban con curvas y animales lo que el hombre veía.

Con el evolucionar del tiempo, las herramientas se volvieron más avanzadas y los diseños en los huevos se desarrollaron en cuanto a detalles.
Mas colores aparecieron desde que el hombre aprendió a crearlos desde las diferentes plantas.Aunque los deseos permanecieron para la decoración de huevos, si el hombre deseaba una buena cosecha, el dibujaría trigo sobre el huevo. Surgió así mismo la iniciativa de regalar huevos como signo de buenos deseos, regalando un huevo Pisanka en ocasiones como cumpleaños, compromisos, bodas, y hasta en caso de enfermedades como símbolo de sanidad.

Cuando la Navidad llego a Ucrania, Pisanka fue incorporado como un símbolo cristiano y con nuevos significados, de los deseos de amor, felicidad y bien estar.

Por su parte, Peter Carl Fabergé aprendió los secretos de la orfebrería como herencia familiar. Hijo de un joyero reconocido, comenzó a trabajar para su padre a la edad de 16 años. En 1870 se hizo cargo del negocio, y doce años más tarde Agathon, su hermano menor y brillante diseñador, se unió a los esfuerzos creativos, en un proyecto que núcleo a los más increíbles artesanos y maestros joyeros en la producción de obras que figuran entre las más bellas, originales y técnicamente insuperables de su tiempo.

La casa Fabergé cimentó su fama durante los reinados del Zar Alejandro III (1881-1894) y su sucesor Nicolás II (1894-1917)mediante la creación de objetos extraordinarios realizados especialmente para sus patrones imperiales. Las piezas acuñadas por el maestro ruso no solo se caracterizan por la ingenuidad de sus diseños y la finísima calidad de su factura, sino también por lo ingenioso de la combinación de los distintos materiales para lograr texturas, mezclas y efectos inimaginables: dorados en distintas tonalidades, esmaltados brillantes, plata en sus más disímiles formas, y piedras preciosas y semipreciosas forman parte de la extensa gama de ingredientes en la fórmula secreta y maravillosa de los Fabergé.

Si variados son los materiales que conforman sus obras, también es extenso el catalogo de los productos salidos de sus talleres petersburgueses, que según los museólogos, llegaron a sumar más de 150.000. De acuerdo a los encargos de sus reales clientes, los joyeros desafiaron el reto que constituye lograr que un objeto de uso cotidiano tuviera el toque distintivo de la autenticidad y una rara belleza, con la realización de presillas, botones, estuches para termómetros, estilográficas, lápices enjoyados, alfileres de sombrero, contenedores de sales, portaplumas, barómetros, abrecartas, relojes y otros objetos.
Pero las creaciones consideradas por muchos como las mas misteriosas son las exquisitas piezas que, en forma de huevo de Pascua, se fabricaron mayormente para los zares y sus familias.]

Fabergé mantenía su fabricación en el más estricto secreto, ocultando los detalles incluso a sus patrones, para hacer más deseable y apreciable su sorpresa, dándole la connotación de objetos encantados, los cuales una vez abiertos, para su destinatario, podían contener algo relacionado a sus afectos, como un palacio del tamaño de un dedal, pequeños portarretratos, carrozas, o minúsculos trenes. Y su magia surtió efecto, ya que esas pequeñas maravillas fueron las predilectas de las emperatrices Mariya y Alexandra, a quienes el maestro orfebre obsequio con sus formidables presentes entre 1885 y 1916.

Casi tres décadas de esperados regalos de Pascua se vieron interrumpidos, como el propio quehacer de Fabergé en San Petersburgo, con el derrocamiento del zar y la toma del poder por los bolcheviques en 1917.Los clientes imperiales también guardaban celosamente el secreto de los huevos de Pascua, ya que los conservaban en sus habitaciones privadas, a buen recaudo de las miradas indiscretas de la servidumbre y las visitas intempestivas.

No fue hasta después de la revolución de 1917 y luego de la muerte de Fabergé tres años más tarde, que los primorosos objetos captaron la atención de los coleccionistas. Pero a partir de 1987, con los inicios de la crisis del poder soviético, comenzaron a verse con mayor frecuencia en museos y casas subastadoras.

Las únicas oportunidades en que han sido apreciados en su mayoría fueron en la Exposición internacional Universal de París en 1900, donde el gran orfebre recibió una medalla de oro y la Legión de honor; en 1902, durante una recaudación de fondos para la caridad en San Petersburgo, y 94 años más tarde, con la Exposición itinerante Fabergé in América, organizada por el Museo de Arte Metropolitano, que honro el 150 aniversario del nacimiento de Fabergé y es la primera gran muestra de ese tipo en los Estados Unidos. Se cree que el taller del joyero ruso fabricó al menos 50 huevos de Pascua para los zares, pero en la actualidad se cuentas 40 –de un valor estimado entre 3 y 5 millones de dólares por pieza -, dispersos por el mundo en museos y coleccionistas privados.

Pero si nos detenemos en cada uno de los misteriosos huevos de Pascua que sobrevivieron al infausto destino de la familia Romanov, y con una visión amplia, en toda la obra de la Casa Fabergé, nos damos cuenta de que ese valor es simbólico, porque no hay cifra que pueda equipararse al talento desplegado en años de dedicación y trabajo interrumpido. Peter Carl Fabergé supo combinar la grandiosidad de la obra con la ingenuidad del diseño, la utilidad con la belleza, la familiaridad del uso con el misterio de la construcción y nos dejó con el regalo de sus piezas únicas, el mensaje de que la imaginación no está reñida con la realidad, y que para la creatividad, todo es posible.